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El exilio de las republicanas españolas presas políticas en los campos de concentración nazis – Lectura PSOE Almansa conmemoración II República

 

 

Para muchas españolas que combatieron por defender la libertad y los valores de la II República durante la Guerra Civil española, cuando Franco ganó la batalla, el exilio fue inevitable. Pasaron a colaborar en la Resistencia constituyendo una gran red de transmisiones, de suministro y de transportes de armas. Si eran detenidas su destino era un campo de concentración.

 

Para Neus Catalá el recuerdo de aquellos vagones permaneció imborrable: “Mil mujeres, muchos vagones y cuatro días de viaje sin parar, sin higiene, sin aire para respirar, sin saber qué sería de nosotras. No teníamos sitio para sentarnos, nos apañábamos, poníamos espalda contra espalda como podíamos. Éramos 90 o más en cada vagón con un cubo de basura en medio para hacer nuestras necesidades y que con el traqueteo se volcaba. Olía muy mal. Algunas salieron muertas ese 3 de febrero de 1944, cuando desembarcamos en Ravensbrück”.

 

Ravensbrück (cuya traducción al español es”puente de los cuervos”) fue el mayor campo de concentración de mujeres en territorio alemán y uno de los peores campos nazis durante la Segunda Guerra Mundial. Cuando las prisioneras llegaban comenzaba el ritual del terror que todas recuerdan. Duchas de “desinfección”, pelo rapado al cero, inspección de todos los rincones del cuerpo, el traje de rayas y un número. Ya no tendrían  jamás un nombre.  Sólo un número que las supervivientes recordarían de por vida.  Una de las situaciones más humillantes para las mujeres era el exhaustivo control ginecológico, efectuado en condiciones vergonzosas y antihigiénicas. Con el mismo utensilio eran inspeccionadas todas las presas. “A todo mi grupo nos pusieron una inyección para eliminarnos la menstruación con la excusa de que seríamos más productivas. Ocurrió en 1944; no la volví a tener hasta 1951”.

 

Entre 1939 y 1945 ingresaron en Ravensbrück como prisioneros alrededor de 132.000 mujeres y niños. Procedían de numerosos países y todas eran marcadas con un triángulo invertido de diferente color. Las españolas, unas 400 aproximadamente, fueron señaladas con el color rojo de las presas políticas. Las prisioneras realizaban trabajos forzados. Dentro de los muros del campo había talleres de confección, tejido y cestería y se construyeron más de 40 campos exteriores donde fabricaban piezas de armamento.

 

Neus cuenta como una noche irrumpieron en su barracón llamando a gritos y por su número a ella y a varias mujeres. Pensaron que era su último adiós, que se trataba de una selección para la cámara de gas. Sin embargo fueron trasladadas en un tren a otro campo de concentración donde día y noche se fabricaban sin parar armas, obuses y balas. “Mientras podías producir, te perdonaban la vida”.  Recibieron el peculiar nombre del Comando de las holgazanas por su baja producción de armas. “En las balas escupíamos o poníamos aceite, porque cualquier cosa mezclada con la pólvora las inutilizaba. No parábamos de escupir. Escupir y ¡sabotear, sabotear, sabotear!. En nueve meses en su comando la producción bajó a la mitad.

 

Existen los grandes horrores de este campo. Conchita Ramos, otra española superviviente, narra como la maldad llegó al paroxismo en los experimentos médicos. “Cuando me dijeron ‘te enseñaremos a las petites lapines’ -conejitas-, yo, inocente, preguntaba si acaso conseguiríamos conejos para comérnoslos. Nos llevaron a un barracón donde vi mujeres a las que les habían operado las piernas, cortado tendones, los músculos, rasgado la piel, se les veía el hueso, todo para experimentar con el cuerpo humano. Tenían unas cicatrices horribles. A otras les inoculaban productos químicos o las amputaban”. En el campo fueron gaseadas unas 6.000 presas, pero al mes morían, de promedio, 1.000 mujeres de hambre, de enfermedades o a causa de experimentos médicos, como la esterilización. Se estiman las víctimas en al menos 92.000 personas.

 

Según Lise London, quien fue miembro de las Brigadas Internacionales en Albacete, “organizamos todo tipo de actividades para animar a las presas. Hacíamos teatro, poesía, actividades, incluso llegué a ocultar una pequeña biblioteca, algo absolutamente prohibido. La moral es una herramienta básica”. En su barracón se organizaron en pequeñas familias de cinco o diez mujeres en las que una presa asumía el papel de madre. La solidaridad y la cultura fueron sus principales armas. El deseo de vivir también era un acto de resistencia contra los nazis pues allí se entraba para morir.

Neus Catalá recuerda como el día de la liberación las encerraron en el barracón y minaron el campo para hacerlo saltar en pedazos a las doce en punto. “Bloquearon las puertas con barras de hierro y vimos que se escapaba la SS. Por la ventana observamos un frente de fuego enorme y supimos que algo pasaba. ‘¡Están entrando los rusos, estamos salvadas!”. Eran libres, pero muchas de ellas morirían semanas, meses o años después, y las supervivientes sufrirían las secuelas de su reclusión en el campo de concentración incluso décadas después de su liberación.

 

No sabremos nunca el número exacto ni el nombre de las españolas que llegaron a Ravensbrück porque todos los ficheros del campo fueron destruidos por los nazis a la llegada de las tropas soviéticas. Con esta lectura queremos hacer un homenaje a la deportación femenina. Sufrieron todos, hombres y mujeres, pero a ellas habría que añadir otros sufrimientos adicionales, los que se desprenden de su propia condición de mujer: experimentos médicos, esterilización, eliminación de sus hijos ante su presencia e incluso prostitución. El impacto físico y psicológico generado en ellas las llevó a una larga etapa de silencio e introspección. Además, como en España gobernaba Franco, las españolas republicanas que sobrevivieron siguieron siendo exiliadas políticas y no pudieron volver en muchos años a su país.

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Escrito por Comunicación PSOE

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